martes, 12 de septiembre de 2017

EL ESPÍRITU LATE POR CATALUÑA


 EL  ESPÍRITU  LATE POR CATUÑA (*)

Un artículo de Rafael Rodrigo Navarro

«A Barcelona hay que bombardearla al menos una vez cada 50 años» (Baldomero Espartero, 1842) (1). Este aserto de quien fuera  Presidente  del Consejo de Ministros en tres ocasiones (1837-1837), (1840-1841) i (1854-1854)  y regente del reino de 1840 a 1843, nos acerca al análisis de lo que está pasando en este momento en Cataluña, pues son muchos los que están de acuerdo con lo dicho por el general Espartero y se impacientan con el hecho de que el actual gobierno de España no haya realizado ya una contundente demostración de fuerza contra Catalunya. De hecho han pasado ya los cincuenta años de rigor tras la derrota de las instituciones catalanas, el Parlament y  la Generalitat, tras la  última  guerra civil española  (1936-1939).

Pero a su vez esta frase indica la existencia de un tipo de realidad profunda en el pueblo catalán  que los poderes oligárquicos no consiguen extirpar. Se puede anular  durante una o varias generaciones, pero el poder del estado sabe, o quizás no sabe, que resurgirá. Por lo menos Espartero fue consciente de ello.

Nadie que no ame a su nación, puede entender el problema catalán. No hablo de la patria, ese vocablo  de rancio tufo oligárquico, patriarcal y militarista que se impuso  definitivamente durante el siglo XIX en España, y en otros países, tras  el triunfo de las revoluciones liberales.

El concepto de nación  en sus inicios se identificaba  con el de pueblo.  La palabra nación tiene un mismo origen etimológico que la palabra griega gea (tierra ancestral) y el verbo castellano engendrar (2).  

Una nación nace y crece a partir de un territorio en el que la crianza de los hijos e hijas que  han de procurar a su vez su descendencia y continuidad en el tiempo sea posible. Los habitantes de ese territorio en general  comparten una misma lengua, siguen una parecidas costumbres y sobre todo se sirven de una ética propia y al mismo tiempo universal que rige su convivencia desde dentro, con autogobierno.  De ese modo la  norma jurídica se identifica con la moral elaborada con el análisis continuado de la conducta grupal mediante la democracia directa, posibilitando así que el acto de juzgar sea este a un tiempo a aplicar la norma y a revisarla para mejorar las relaciones personales en la comunidad nacional. Una nación en sentido estricto debe compaginar la convivencia con la libertad tanto  individual como grupal, en la que se incluye la libertad de conciencia.  

Existen otras muchas  realidades sociales que comparten el mismo vocablo pero no tienen el significado que acabamos de exponer.  Y desde luego  el concepto de estado-patria tan comúnmente aceptado hoy día, nada tiene  que ver con el concepto  de nación.

En todo caso este tipo de realidades que  se podrían denominar supranacionales, los estados,  tendrían sentido si su estructura estuviera montada de tal manera que no fuera en contra de aquellas naciones que la componen. Lo que no es el caso.

Aunque en el siglo XIV algunos propusieron que Isabel y Fernando fuesen llamados reyes de España, no se hizo por carecer este término, por otro lado muy antiguo,  de entidad jurídica.

Más tarde, en la medida que el estado se fue consolidando como tal,  dando lugar al llamado estado moderno, se utilizan los conceptos de España o Las Españas según los casos, lo que indica ambivalencia a causa de la pretendida unidad y la  presencia de  fueros y formas de autogobierno singulares  propios de las comunidades existentes.  Sin embargo, a partir de las revoluciones liberales el concepto de España, como nación-estado unificada y excluyente, se potencia, consolida y  llena de contenido jurídico y con ello un modo de entender el  territorio como exclusivo y excluyente de “la nación”.

 Se trata  de una situación similar a la de la formación de  Europa en la actualidad, con la diferencia de  que, puesto que el supraestado europeo se está formando a partir de los llamados estados nacionales previos en cuyo interior jurídicamente han dejado de existir las naciones que estuvieron en su origen,  la dinámica  en marcha es diferente.  

De hecho el intento de formar un supraestado en Europa no es sino un cambio en la amplitud de la estructura de estado único.  Las  naciones europeas hace siglos que sucumbieron a la dinámica de la omnipresencia y  dominio de los estados.  Una Europa de las naciones, aunque reivindicada por algunos, parece irrealizable ya que llevaría a conflictos  semejantes a los que se están dando entre España y  Cataluña.  Por ello es lógico que el apoyo europeo que solicitan los independentistas catalanes, les  sea negado por una Europa en proceso de unificación. Lo lógico es que siga destruyendo a las naciones que todavía existen en su territorio y no que las potencie.

En realidad lo que se consolidó durante el siglo XV con  Carlos  V  y  los  Augsburgo,  fue  la paulatina  destrucción de las  naciones existentes en aquel momento en el territorio de la península Ibérica, dando paso a virreinatos dirigidos desde Madrid, es decir acordes con el capitalismo mercantil que se estaba desarrollando y cuya organización política evolucionaba ya entonces rápidamente hacia el concepto de nación-estado que se inició primero con el absolutismo borbónico y  posteriormente con  las llamadas revoluciones liberales.

Si bien España hubiera podido constituirse en una federación de naciones libres, no fue el caso porque la dinámica de crecimiento del capitalismo lo hacía imposible. Y  esto por varias  razones. En primer lugar porque dado que la organización  del estado es en todo contraria a la estructura de nación, en la medida que crecía aquel había de menguar ésta.  Es por ello que la historia de España y de cualquier otro estado europeo,  presenta un continuo de guerras contra los pueblos y  las  naciones autónomas existentes o con pretensiones de existir,  confrontaciones  que en algunos casos  se convirtieron en guerras civiles como las que  asolaron los siglos  XVIII, XIX y XX en España,  o en guerras genocidas  de exterminio como la que tuvo lugar en Francia en la Vandea, tras la revolución de 1789, por sólo citar una.

 El estado moderno lo que busca, no es necesario insistir pues las evidencias son casi  totales,  son individuos aislados  a los que regentar y no individuos inmersos en grupos sociales  con autonomía y vida propia que a su vez  puedan asociarse libremente.

Si la nación conlleva la existencia de un territorio, lo mismo acurre con el estado,  la manera de  participar de ese territorio es radicalmente diferente.  En el  caso de la nación el territorio puede ser compartido. Nada repugna en este sentido. Sin embargo constituye la razón de ser del estado su exclusividad más radical.  Lo que tiene que ver, a su vez,  con el concepto de propiedad. En la concepción del estado contemporáneo, como ya ocurrió en el Imperio Romano, la propiedad pasa de entenderse como  relativa, lo que permitía  la  ayuda mutua  en igualdad y  la cooperación  también en igualdad de varias naciones sobre un mismo territorio,  a  absoluta.  Con  la dominación de un pueblo sobre el resto , desaparece definitivamente el concepto de cogestión, excepto en el caso de ocupación de territorios  coloniales.  

Es evidente que en un estado, en el que la defensa de un territorio es lo primordial, éste no puede ser compartido. Hablamos de una parte de la historia de la humanidad, la de las oligarquías reinantes, no de los pueblos libres que también existieron, aunque el interés de los historiadores haya sido menor a la hora de estudiar su existencia y significado, durante los últimos cuatro mil años, del que es un ejemplo, entre otros miles, el irresoluble enfrentamiento de  Israel y  Palestina dentro de los parámetros geopolíticos por los que se rigen los modernos estados.

La nación libre, comparte el territorio  en primer lugar porque entiende más apropiado para la supervivencia la cooperación frente a la exclusividad, la falta de cooperación  y  la guerra.  También porque la gestación, el nacimiento y la crianza de la prole convienen a un territorio sin conflicto y finalmente porque, puesto que la nación libre  recela del  estado, evita alimentar su poder y  militarismo.  En realidad  hasta los tiempos históricos,  en que surgieron los estados,  el ser humano en términos generales  había sobrevivido  gracias a la  cooperación más que a la guerra de rapiña.(3)
Pero aunque es cierto que todo esto cambió en un momento dado y las naciones como tales dejaron de existir, lo que para muchos constituye  un progreso, no es menos cierto que continuarán los conflictos entre estados,  hasta que abandonemos de nuevo los conceptos de propiedad privada absoluta  y  territorialidad exclusiva.
Frente  a la existencia de naciones que tienen su origen en grupos humanos naturales, los estados son con toda evidencia creaciones de minorías oligárquicas,  ricas, armadas  y dominadoras de pueblos y personas. Por ello, como ya  hemos dicho, se oponen y opondrán al concepto de nación  independiente y libre.

Hay más. Estas élites mandantes que rigen los estados, o que como en el caso catalán tratan de crearlos, que  diseñan y rigen  el mundo actual a su antojo  y que son responsables de las fronteras  existentes, lo que equivale a la exclusión de muchos pueblos del concierto internacional, no se rigen por una ética puesto que su razón  ser, la razón de estado, es  la  dominación y la fuerza. La ideología que les sustenta es la del darvinismo social, su religión la de la jerarquía y el poder, y su convencimiento el  de que  no hay que ser ingenuos y  hay que golpear primero  si se quiere sobrevivir. Conforman un pensamiento tan ajeno y diferente de la necesaria cooperación entre seres humanos, que estamos tentados de calificar de subhumana a esta civilización de los estados, permanentemente jerarquizada, orientada a la conflagración bélica, y que se constituye básicamente entre dominadores y dominados, lo que supone a su vez un bloqueo y una pérdida importante de aquellos sentimientos necesarios para la convivencia, entre ellos el del amor.

Lo más curioso es que esta manera de pensar que se ha generalizado en la sociedad , no corresponde exclusivamente a la minoría mandante sino a todos aquellos que la han hecho suya y que es la ideología del superhombre y la voluntad de poder, preconizada por Nietzsche. 

Pero si el problema de la independencia de Cataluña, resulta tan controvertido, llama tanto nuestra atención y se ha convertido en tema de reflexión para muchos,  es porque en él  se  superponen dos tipos de reivindicaciones a un tiempo.

Al inicio del presente  escrito hemos dicho que  no se puede entender el problema catalán si no se ama profundamente a la propia nación (el castellano a Castilla,  el  gallego a Galicia, el euskaldún a Euskal Herría, etc.)  y  no a esa entelequia llamada patria, militarista y jerárquica que dice que la democracia es ir a votar cada cuatro años y  hace del ser humano un productor esclavizado y un participante de un ejército permanente y agresor. La astucia de  la  oligarquía mandante ha consistido desde siempre, en intentar, sin éxito,  que los seres humanos proyecten sus sentimientos, entre ellos su amor  sobre el estado, para lo que se le ha añadido el adjetivo de nacional.

Pero el amor  nace de la integridad, es decir del equilibrio de nuestra naturaleza corporal, psíquica y espiritual, y al mismo tiempo de conducirnos en  libertad. Quien pierde este  equilibrio que por otro lado  responde a  la estructura  básica de cualquier ser vivo, no  puede entender ningún fenómeno social  en que los sentimientos de amor, entre otros,  estén presentes. Por desgracia la sociedad moderna nos tiene sumidos, por  la propia necesidad de la  experiencia de ser dominadores o dominados, en un  desequilibrio permanente y  esa  falta de integridad conlleva a su vez dificultades en resolver aquellos problemas humanos que necesitan de perspectivas globales.

Lo desconcertante para muchos  del  problema catalán  resulta  de la superposición  de dos aspiraciones opuestas:  el amor del pueblo catalán (lo que queda de él) por su libertad, es decir por vivir como  nación  propia y  singular con su lengua, sus usos y costumbres, su autonomía jurídica y sus normas convivenciales por un lado y , por el otro,  la pretensión de sus oligarquías mandantes de formar un estado, lo que equivale apuntarse a la escalada de explotación  y dominación de cualquier estado consolidado como tal.

En  este sentido es interesante el artículo  de Pere  Rusiñol  “Independencia de Catalunya: ¿Con la ayuda de Trump o de China?”, aparecido en el diario digital “El diario.es” (4) en el  cual  se analizan las posibilidades que tiene Cataluña de conformar realmente un estado independiente. Según el autor desde el punto de vista  de  las estrategias geopolíticas actuales, las posibilidades son prácticamente nulas, a pesar de que siempre existen resquicios  que  en otros casos han sido aprovechados por quienes han llegado a crear un estado nuevo.  En cualquier caso la existencia de un nuevo estado, habría que englobarla en una misma dinámica de poder y dominación a escala mundial.

Así pues, según el autor, la  pretensión de crear un estado propio parece estar condenada al fracaso. ¿Entonces, se pregunta,  por qué los dirigentes catalanes se arriesgan y  no cejan en su empeño? Según el autor,   porque han visto en esta forma de populismo un rédito electoral.  Pero la respuesta no parece convincente y resulta  demasiado simple, ya que  con dicho rédito precisamente se verían obligados de nuevo a plantear la independencia de Catalunya.

En Cataluña, como sugiere la frase de Espartero, existe una realidad más profunda y difícil de combatir. Y  esa realidad, puesto que hace su aparición de forma cíclica a lo largo de la historia, no es otra que la permanencia  en  su existencia  de la nación catalana,  nación  que se sustenta en  aquellos que la aman, algo también muy real, aunque generalmente no se  tenga en cuenta  en los análisis.  Es por ello que ha sobrevivido en la historia y  sobrevive a pesar de lo convulso del momento actual, hasta que las estrategias de poder  tanto de dentro como de fuera, cada vez más sutiles y  por tanto más  poderosas, en su intento, acaben con ella. O no.


No hay comentarios:

Publicar un comentario